
Una vez pasadas las Elecciones Generales del 20 de diciembre, y ante las conversaciones que hay entre los partidos de cara a la formación de un nuevo gobierno, me asalta la pregunta sobre el sentido de la política que tienen quienes han sido designados para representar a los españoles en el Parlamento.
La política que entiende el poder como un fin en sí mismo
Hay dos formas muy distintas de entender la política. La primera, y lamentablemente la más habitual, entiende el poder como un fin en sí mismo. Según esta forma de entender la política, lo importante es la ostentar el poder, y no lo que se haga con ese poder que se te ha otorgado. Todo se orienta a conquistar parcelas en las instituciones o a intentar conservarlas o ampliarlas. El Bien común pasa a un segundo plano. Los derechos y libertades de los ciudadanos quedan relegados a un papel instrumental, recortados todas las veces que al partido le parezca necesario para conservar el poder o para imponer su proyecto ideológico desde él. Un acto de gobierno está bien o mal en función del servicio que le haga al partido y según lo que aumente las posibilidades de obtener la reelección. Si hay que renunciar a principios en función de ese fin, se renuncia. Si hay que traicionar promesas, se traicionan.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraSi se invoca el patriotismo es para envolver las miserias del político
Las campañas electorales se convierten en meras oportunidades para acabar con el rival político por cualquier medio. Los argumentos son lo de menos. Se recurre a la difamación, al ataque personal, a arranques calculados de ira e indignación, y se apela a las más bajas pasiones de la gente como trampolín para impulsar al charlatán de turno hacia el poder. Si se invoca el patriotismo es para envolver las miserias del político, de su partido o del gobierno y blindarlos así de cualquier justa crítica.
La política entendida como servicio a los demás
Hay una segunda concepción de la política que la entiende como una labor de servicio a los demás. Un político tiene que ejercer su cargo con responsabilidad, con lealtad hacia sus representados y con sujeción a unos principios que no quedan al pairo de lo que le convenga en cada momento al partido. El patriotismo se entiende como una forma de ser que obliga al político a renunciar a su interés personal o de partido en aras del Bien común. No existe el “todo vale”. Para estos políticos, un debate es una oportunidad de ofrecer sus propuestas al electorado, de confrontarlas con la realidad y de confrontar sus argumentos con los de sus rivales, sin que haya sitio para el recurso fácil a la demagogia.
Para quien entiende la política como servicio, lo deseable es un poder lo más limitado posible
En esta visión de la política las libertades y derechos de los ciudadanos son intocables, y lo deseable no es ampliar las cuotas de poder de las que disfrutan los gobernantes, sino los espacios de libertad de los gobernados. Para quien entiende la política como servicio, lo deseable es un poder lo más limitado posible, un poder sujeto a principios que reduzcan al máximo las posibilidades de cometer abusos. Un político que entienda así su labor no pretenderá utilizarla para someter a la sociedad a sus dictados, ni para aprovecharse de ella, sino que primará el principio de subsidiariedad, absteniéndose de intervenir en aquellos ámbitos en los que la sociedad se basta a sí misma para organizarse y dar respuesta a sus necesidades.
¿Qué concepción de la política es la imperante en España?
Si preguntásemos a nuestros políticos con cuál de las dos concepciones de la política se identifican, ¿cuál crees que sería su respuesta? No es difícil de adivinar a la vista de los programas que han presentado la mayoría de los partidos, programas que abundan en concepciones expansionistas del poder, que pretenden otorgar a los gobernantes un dominio cada vez mayor sobre los gobernados, incluso otorgándoles el poder para redefinir instituciones sociales que son anteriores al mismo Estado, como la familia, el matrimonio, la religión e incluso el mismísimo derecho a la vida. Para muchos de nuestros políticos, la educación no es un ámbito en el que los padres tienen un derecho prioritario, sino que es un vehículo de imposición de ideas que el gobernante debe usar en provecho de su ideología o de sus capricho, incluso cercenando o impidiendo por completo que las familias ejerzan los derechos fundamentales que les corresponden. De igual forma, para la mayoría de nuestros políticos la riqueza es algo de lo que el Estado debe apropiarse en proporciones cada vez mayores, para distribuirla y administrarla como los políticos decidan, a su voluntad, y no como deseen quienes han generado esa riqueza, quienes saben lo que cuesta generarla, porque esa riqueza es el fruto de su trabajo y de sus sacrificios personales.
Unos la apoyan sin rodeos, y otros la disculpan y siguen confiándole su voto bajo la excusa del “mal menor”
Si nuestra sociedad vive una deriva peligrosa hacia el populismo, como ha quedado patente en los recientes comicios, no sólo es porque un cierto número de españoles se hayan dejado engatusar por esos vendedores de unicornios, unos charlatanes que ven en esta crisis la oportunidad de volver a colarnos la estafa ideológica del comunismo. Esos chalatanes disfrutan de esta oportunidad porque durante décadas hemos permitido que se instalase en la vida pública una concepción perniciosa de la política, obsesionada con alcanzar y conservar el poder a cualquier precio. Unos la apoyan sin rodeos, y otros la disculpan y siguen confiándole su voto bajo la excusa del “mal menor”, pero al final todos queremos, paradójicamente, políticos honrados y que no abusen de su cargo. ¿Cómo, si les ofrecemos todos los medios para que hagan justo lo contrario?