Alsasua, o la batasunización de España

    Ante esta situación, el anuncio de Mariano Rajoy de que “no habrá impunidad” para los culpables causa un ligero sentimiento de fatiga poética.

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    Cartel en el que batasunos piden que se vaya la Guardia Civil del País Vasco
    Cartel en el que batasunos piden que se vaya la Guardia Civil del País Vasco / Archivo-EFE

    El ataque contra dos guardias civiles fuera de servicio y sus parejas, perpetrado por una turba filoetarra en un bar de Alsasua, Navarra, dice mucho más de la enfermedad que aqueja a España que todo un año de desgobierno.

    Cuando unos matones radicales, al parecer miembros del movimiento proetarra «Alde Hemendik» (Fuera de aquí), atacan en manada a dos agentes indefensos, están queriendo decir tres cosas: la primera, que ETA, por más responsos que le dediquen, sigue viva en el País Vasco y Navarra a través de una infinidad de organizaciones que continúan trabajando por la independencia y que no renuncian a la violencia para lograr sus propósitos; la segunda, que ser antiespañol y parecerlo, aunque sea a cobardes golpes, goza del tácito aplauso de una parte minoritaria, pero significativa, de nuestros representantes públicos; y la tercera, (aviso para los iniciados en el resto de España) que cuando se trata de cazar españoles como pokemons, ellos siguen teniendo la patente.

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    Los gángsters batasunos andan crecidos por el ferviente acople que ha encontrado su antiespañolismo en el vertedero ideológico de la nueva izquierda

    Una sociedad sana, que tras años de terrorismo hubiese hecho una catarsis colectiva en un sentido decente, mostraría a través de sus representantes un desprecio y un repudio unánimes ante el ataque de Alsasua. Por el contrario, los gángsters batasunos andan crecidos por el ferviente acople que ha encontrado su antiespañolismo en el vertedero ideológico de la nueva izquierda de nuestros días.

    El silencio de Podemos en condenar el ataque, o de hacerlo tarde y mal mediante unos tuits, evidencia que el cáncer filoetarra ha hecho metástasis en el resto de España. Porque Podemos y sus confluencias obtuvieron más de 5 millones de votos en toda España, lo que significa que entre 5 y 6 millones de españoles participan de la misma mística que su líder, que justifica a ETA y calla cuando los cachorros del hacha y la serpiente dedican un viernes por la noche a linchar guardias civiles.

    El club de amigos de la izquierda abertzale es, hoy por hoy, un ente pujante en España. A los podemitas hay que sumar los nacionalistas de diferente pelaje que llevaban años regodeándose con cada bomba lapa que ETA ponía a un desgraciado debajo de un coche. Antes de existir Twitter también había miserables.

    No es casual que inviten a sus antiguos sicarios a dar charlas en las universidades, que los llamen sin sonrojo hombres de paz

    Todos ellos han convertido a la ETA derrotada del discurso oficial en una especie de reserva moral de la izquierda. No es casual que inviten a sus antiguos sicarios a dar charlas en las universidades, que los llamen sin sonrojo hombres de paz, que los tuteen en las entrevistas de televisión o que muestren su apoyo y solidaridad cuando algún tribunal prohíbe concurrir como candidato a las elecciones a un terrorista no arrepentido.

    Estas formaciones, y los 5 o 6 millones de españoles que las respaldan, han logrado colar el relato perverso de una España que debe hacer examen de conciencia y pagar un precio a los pistoleros por su largo historial fascista y opresor. Así son las cosas, casi mil muertos después.

    Nuestra democracia comenzó a morir el día que se untó de vaselina para dar encaje a una morralla conjurada para destruirla dando por bueno el imperativo legal como animal de compañía.

    Reconozco que nunca imaginé que aquel chapapote siniestro que ayuntaba chapelas, esteladas y pistolas pudiera algún día extenderse por el resto de España como lo ha hecho.

    Me equivoqué. No conté con que la historia nos iba a deparar un catalizador eminente llamado Zapatero. Cuando el insigne tocó la flauta, salieron del Hamelín ibérico todos los enemigos de España con mochilas atestadas de agravios pretéritos.

    José Luis Rodríguez Zapatero, expresidente de España
    José Luis Rodríguez Zapatero, expresidente de España / EFE

    Los caminantes blancos que hibernaban desde el 36 más allá del muro despertaron de repente con el cosquilleo de una nueva épica más molona de defender que una socialdemocracia con la testosterona bajo mínimos.

    Muchos de estos tomaron las plazas en aquel movimiento llamado 15-M, que entre malas endechas, canutos y piojos, consumió todas las calorías creativas de que disponía. Lo suyo era destruir, que siempre es más fácil. Y en esas se aparearon con los que ya tenían la destrucción en las venas, etarras, separatistas y rufianes, para acabar de perfilar un relato a medida de sus miserias.

    Hoy tienen partido propio, gobiernan en muchos ayuntamientos y trabajan en la destrucción de la nación de la mano de los de siempre.

    Hoy se desobedece a los Tribunales, se agravia al ejército, se tergiversa la historia, se impide el conocimiento de la lengua común de los españoles

    Nunca antes se habían quemado tantas banderas españolas como hoy, ni se había hecho negocio de pitar al himno en los estadios, ni se había nadie atrevido a retirar los símbolos de todos con la insolencia que otorga el creerse en el lado bueno de la vida. Hoy se insulta y se agrede a aficionados de la selección española de fútbol en las mismas calles que se prohíbe poner pantallas para verla jugar. Se desobedece a los Tribunales, se agravia al ejército, se tergiversa la historia, se impide el conocimiento de la lengua común de los españoles.

    Hoy, cada 12 de octubre es un botellón donde los guionistas de estos nuevos sátrapas compiten por sacar del tubo dentífrico una chispa más de odio con el que zaherir los sentimientos de una nación. Hoy, gente que se huele el sobaco ha declarado la guerra a España.

    Los dos guardias civiles atacados en Alsasua son esa España. Una España agredida todos los días por los que quieren secuestrarla, batazunizarla y destruirla.

    Ante esta situación, el anuncio de Mariano Rajoy de que “no habrá impunidad” para los culpables causa un ligero sentimiento de fatiga poética. ¿Culpables? ¿Quiénes son los culpables? ¿A cuántos habría que meter en la cárcel para frenar esta deriva perversa?

    El invierno se acerca… O lo que es lo mismo, que Dios nos coja confesados.

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