
Mi nombre es Enrique. He participado junto con otras personas en esa formación, y mi historia es la siguiente:
Nací en un pueblo cercano a una capital de una provincia de España. Mis hermanos y yo nos hemos criado, bajo mi punto de vista, en un ambiente bastante sano, lejos de las drogas, de la delincuencia menor, etc. Fuimos al colegio, acabamos Bachillerato y cada uno hizo su carrera. Ahora somos todos profesionales que nos ganamos la vida con nuestro trabajo. Sin nada diferente a cualquier otro ciudadano.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
Suscríbete a Actuall y así no caerás nunca en la tentación.
Suscríbete ahoraMis padres hicieron una potente labor educativa para criarnos creciendo en virtudes y madurando como personas. Mi padre trabajaba en el campo y nosotros le hemos ido echando una mano desde pequeños para ayudar a la familia a salir adelante. En casa, todos, repito TODOS, ayudábamos.
Hacíamos turnos para limpiar los platos tras las comidas, teníamos encargos que sacar adelante, hacíamos nuestra cama, ordenábamos nuestra ropa y limpiábamos nuestro cuarto. Y el fin de semana, ayudábamos a mi padre. Todo genial. Todo extraordinariamente ordinario. Y entre los encargos, nuestras tareas escolares y nuestros grupos de amigos fuimos creciendo. Ahora somos una familia normal, que se lleva bien. Cada uno tiene sus virtudes y nos queremos. Cada uno tiene sus defectos… y nos queremos.
Los hermanos somos totalmente diferentes: uno muy introvertido, otra muy sociable, otra muy nerviosa y yo, que soy bastante tranquilo.
Hasta aquí todo bien. Pero en mi caso particular, yo no conecté con mi padre. Quizá fuese porque éramos demasiado iguales, o no. No lo sé. Pero el caso es que soy consciente de entre nosotros siempre hubo una falta de conexión. Yo siempre le tuve demasiada distancia, no conseguí acercarme. Ha sido un padre absolutamente genial, pero por el motivo que sea, no llegamos a conectar. Y eso me dejó huella.
Desde el principio percibí esa falta de conexión entre nosotros. Me he criado sano, soy deportista, me gusta competir en una amplia gama de disciplinas deportivas, me gusta mi trabajo, disfruto de él y me estimula seguir aprendiendo.
Soy hombre, lo sé. No necesito que nadie me digo lo que soy. Lo sé. Y sin embargo, percibo en mí, al mismo tiempo, una atracción por otros hombres que, sencillamente, no me gusta. No quiero tenerla. Y nadie puede, en base a ninguna ley, prohibirme querer lo que quiero o no querer lo que no quiero.
Esa atracción se podría describir como un “¿cómo sería ser como ese hombre?”, “¿Ser así de atractivo?”, “¿Cómo es posible que viva de un modo tan natural teniendo el cuerpo que tiene, con las cualidades que tiene?”, “¿¡Cómo es posible que lleve con tanta naturalidad tener esos genitales!?”. El proceso impulsivo que sigue a continuación es sencillamente un afán de poseerlo, de hacerlo mío.
Si se analiza un poco esas sensaciones, se percibe que lo que ahí se siente no es amor, ni muchísimo menos. Es una mezcla de asombro, de admiración, de idealización, de afán posesivo, de falta de racionalidad, etc.
«Siento angustia y ansiedad porque no consigo poseer al otro. No me entrego, sino pretendo servirme de él para obtener una recompensa emocional pasajera»
En las lecturas y material que he podido ir trabajando (¡¡¡¡¡de manera casi clandestina, porque hoy día NOS PERSEGUÍS!!!!!), he aprendido la diferencia entre sentir y consentir. Entre atracción y proyección. Porque no soy homosexual. Tengo esa tendencia que me hace proyectar en el “otro”, la masculinidad que, inconscientemente, he asumido que yo no tengo. Y me lleva a interpretarlo como una atracción compulsiva de “hombres”. Eso no es amor.
En el amor, uno está dispuesto a querer a la otra persona más que a sí mismo. Y no es eso lo que yo siento con los hombres.
En el amor hay abnegación, entrega, olvido de uno para hacer del otro el centro de mi vida. Y no es eso lo que yo siento con los hombres. Yo siento angustia y ansiedad porque no consigo poseer al otro. No me entrego, sino pretendo servirme de él para obtener una recompensa emocional pasajera.
Investigué en la vida gay y vi que esa no era ¡ni de broma! la vida que yo quería llevar
En el amor, se busca la exclusividad y la estabilidad. Y no es eso lo que yo siento con los hombres. Yo busco un perfil concreto de varón y con ese perfil me monto en la imaginación todas las barbaridades que le haría y que me dejaría hacer por cualquiera que cumpla ese perfil. ¡PERO ESO NO ES AMOR!
Y, así como de modo pasional mi afectividad busca llenar el vacío que se creó entre mi padre y yo con esas personas a base de desenfreno, mi corazón busca y aspira a un amor de verdad. A saberme querido y a querer, pero de verdad.
Eso generó una frustración entre lo que sentía y lo que realmente quería. Cuando comencé a formarme, a leer y a hablar con otras personas que realizan este mismo proceso de maduración de la afectividad, iba encontrando las palabras que antes no tenía, para nombrar los sufrimientos que padecía. Iba abriendo lo que en mí había sido algo oculto, para aprender a compartirlo con otras personas que sufren del mismo modo en un entorno de confianza y cariño sincero. Comencé a liberar toda esa presión que tenía dentro.
Comencé a conocerme de verdad y a crecer personalmente. Estaba bloqueado. Pensaba que era una situación de frustración que duraría toda la vida. Investigué en la vida gay y vi que esa no era ¡ni de broma! la vida que yo quería llevar.
Ahora, sigo en la lucha, pero tengo paz. Tengo esperanza. Las cosas están cambiando al mirarme desde los ojos correctos. Por eso, no puedo entender que alguien me prohíba acceder a esta paz.
* Testimonio recogido por Es posible la Esperanza en apoyo del obispo de Alcalá de Henares, monseñor Juan Antonio Reig Pla, que mantiene un servicio de acompañamiento a personas con Proyección hacia personas del Mismo Sexo (PMS).