Grabado en el que se muestra el episodio de la Biblia en el que Pilatos da a elegir entre Jesús y Barrabás /Wikimedia
Grabado en el que se muestra el episodio de la Biblia en el que Pilatos da a elegir entre Jesús y Barrabás /Wikimedia

Al comenzar la Semana de Pasión, preludio de la Semana Santa, la figura de Poncio Pilato adquiere un especial significado. Tanto en los cuatro evangelios como en el credo niceno-constantinopolitano se recuerda al prefecto de Judea: “y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato”; porque era el juez competente para conocer del presunto delito denunciado por los sacerdotes y letrados contra Jesús de Nazaret. Tiberio Julio César Augusto designó a Pontius Pilatus (12 a.C.-39 d.C.) para gobernar la provincia de Judea, dependiente de Roma, en la región luego denominada Palestina.

El filósofo judío, Filón de Alejandría, ha dejado escrito que este ciudadano romano, miembro de la clase social de los “équites”, se caracterizó en su gobierno por la: “corruptibilidad, robos, violencias, ofensas, brutalidades, condenas continuas sin procesos previos, y una crueldad sin límites”. El ciudadano romano e historiador judío, Flavio Josefo, narra que este procurador envió a Jerusalén, frente al Templo, soldados romanos con el estandarte del emperador; esto originó una rebelión, por la prohibición del uso de ídolos en la Torá.

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Durante su prefectura provocó otro alboroto social, al obligar al Sanedrín a aportar dinero del Templo de Jerusalén para construir un acueducto, bajo la amenaza de subir los impuestos; al descubrirse este turbio manejo, los judíos se amotinaron, lo que ocasionó numerosas muertes. Contrajo matrimonio con Claudia Prócula, a quien la iglesia ortodoxa griega la incluye entre sus santos tras su conversión del judaísmo al cristianismo. Le mandó un recado a su marido que estaba en la “Gabbatá” (sitio elevado) para interrogar a Jesús durante la “Parasceve” (la preparación del viernes): “no te mezcles en el asunto de este justo, porque hoy en sueños he sufrido mucho por su causa; mientras, en el “Litóstrotos” (plaza empedrada o enlosada), no cesaba la expectación de los judíos.

El personaje de Pilato, pese haber transcurrido dos mil años, presenta plena actualidad. Para la mentalidad nihilista de una sociedad líquida, en expresión de Bauman, este juez ordinario predeterminado, que celebró el juicio más importante de la historia, habría actuado con justicia. Pilatos (locución castellana) se da cuenta que la acusación formulada por Anás y Caifás, sumos sacerdotes, adolece de consistencia: “¿Qué acusación traéis contra este hombre?”. Advierte que se lo entregan por envidia, pues reflejan su falta de mesura al exclamar con vehemencia: “Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos”.

De ahí que primero pretenda abstenerse para que los judíos le juzguen según su ley; ellos le contestan que “no les estaba permitido dar muerte a nadie”. El injusto proceso se limita a probar si Jesús era Rey de los Judíos. El acusado confiesa abiertamente su realeza, pero explica que su reinado no es de este mundo. Ante esta tesitura Pilato tiene que absolver al reo: “No encuentro ningún delito en este hombre”.

La buena intención del juez por reconducir la vesania de la muchedumbre, manipulada por los príncipes de los sacerdotes, le lleva a proponer la gracia del indulto pascual a Jesús, a cambio de Barrabás, condenado por robo con homicidio. Previamente se inhibe en favor de la jurisdicción del tetrarca de Galilea, Herodes Antipas, que tomó en adulterio a Herodías, la mujer de su hermano Filipo, y decapitó a Juan Bautista. Finalmente, ordena azotar despiadadamente a Jesús —“Ecce Homo”—, para, de esta forma, intentar librarle de la crucifixión.

En vista del fracaso y para justificar su propia responsabilidad escenifica cobardemente lavarse las manos: “Inocente soy de la sangre de este justo”. Pilato, que tenía ante él la Verdad, le pregunta displicente sin esperar respuesta: “¿qué es la verdad?”. Imbuido en el inmoral relativismo prevarica por cobardía; en vez de hacer justicia a la Justicia, cede a la componenda política. Advertido por Tiberio, tiene miedo a que el pueblo judío se subleve y a perder el cargo. Por eso, pese a proclamar primero la inocencia de Jesús, después, de forma incongruente, transige ante la petición de los judíos. La decisión injusta radica en sustituir la verdad por la presión acuciante de la turbamulta vociferante en el pretorio. Este gobernador constituye el paradigma del demócrata mal entendido, que legitima cualquier tipo de asunto con tal de que lo acuerde la mayoría. A Pilato le falta valentía para actuar con coherencia frente a la corrección política, porque traiciona a la verdad y a su propia conciencia.

Javier Pereda

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