
Me contactó hace algunas semanas un periodista de Estado de Alarma tv para una tertulia en su programa. Acepté encantado la invitación, ignorando la mala fama de esa plataforma. Evidentemente, compartí en redes sociales los carteles promocionales de la emisión y tras haber aparecido en este difundí en mis perfiles el episodio completo. La masa se inquietó.
Algunos de mis seguidores me escribieron por privado para reprocharme mi radicalidad por haber participado en ese formato. Una periodista de un medio nacional simplificó mi presencia en aquella tertulia a que si había accedido a colaborar era porque compartía sus mismos ideales. Había más tensión en mi timeline de Twitter que en Ucrania. “Te estás radicalizando”, me espetó un follower enfurecido. Ante ese alegato, le pregunté sí había escuchado mi intervención. Negativo, simplemente asumió que el hecho de aparecer en ese espacio reflejaba una actitud ultra por mi parte.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraSegún un estudio, España es el país más polarizado de nuestro entorno. Alrededores ya tensos de por sí pero que se acentúan más si cabe en nuestras fronteras. Encefalograma plano que nos hace odiar al diferente, enemistarse con el que no piensa como nosotros y viciar sus ideales. No entendemos de grises, vivimos en la tiniebla o en la luz. Atravesamos el calor abrasador o deambulamos por los gélidos pasadizos congelados.
Se percibe al tolerante como una paciente víctima del síndrome de Estocolmo. Siempre hay un héroe y un villano. Antagonista con simpleza psicológica sacado de una mala película de guerrilleros. El salvador, en cambio, se dibuja con aureola y se le beatifica exonerándole de toda culpa por pequeña que sea. Cosas del puritanismo posmoderno. Uno de los legados que nos ha dejado el protestantismo existencial, que diría Juan Manuel de Prada.
Se ha visto en la guerra fratricida entre Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso. O estabas con Pablo o contra él, eras de Ayuso o del establismenth del Partido Popular. No cabía la posibilidad de que ambos hubieran errado por la inercia del pecado. Nadie procesó la hipótesis de que igual de vicioso es el que no es ejemplar no manteniendo al margen a sus familiares de toda intercepción contractual aunque se bordee los lindes de la ley, que fichar un espía con el fin de buscar trapos sucios de un rival político. No alcanzamos el análisis de cualquier cosa que sobrepase la polaridad. ¿Qué hará toda esa turba que se manifestó a favor de Ayuso aquel domingo si al final se descubre alguna irregularidad? Carecemos de la prudencia que tanto defendía Aristóteles.
Escribí para otro medio hace unos meses un artículo criticando las políticas despóticas de Emmanuel Macron con los que no se quieren vacunar defendiendo su libertad individual. Pues bien, el director, al leerlo, me dijo que la gente iba a pensar que yo estaba en contra de las vacunas. En absoluto, lo cierto es que tengo las dos dosis puestas a falta de la tercera. Respiramos en una atmósfera tan contrastada que parece imposible tener una visión pragmática de la realidad. Me recuerda a cuando las feministas enloquecidas afirman el mítico «yo sí te creo». Buscamos cualquier excusa para discrepar, protestar, o derribar puentes. Ahora muchos han encontrado en las vacunas un filón o coartada con la que retirar la palabra a su cuñado. Es surrealista que haya gente que no se hable con otra por el mero hecho de no ceder ante las exigencias de inocularse as dosis pertinentes.
Conviene recordar lo que decía el Papa Francisco en la Fratellu Tutti:
«Se crean nuevas barreras para la autopreservación, de manera que deja de existir el mundo y únicamente existe ‘mi’ mundo, hasta el punto de que muchos dejan de ser considerados seres humanos con una dignidad inalienable y pasan a ser sólo ‘ellos’ »
Se da la frivolidad de que todo el discrepante con uno de los dos marcos dogmáticos es tratado como un hereje. Cabe recordar que en el 1550 quemaron vivo al teólogo Miguel Servet en la inquisición francesa por descubrir premisas que contradecían los tratados de la época. Heterodoxia que le costó la vida. Libertad de conciencia por la que fue perseguido Castelio y cuya historia narra Stefan Sweig en su obra Castelio contra Calvino. Sufrimos tiempos inquisitoriales en los que no solo se purga al que piensa distinto sino también al que ampara la soberanía de esas discrepancias.
Esa falta de intercalados ha generado una especie de guetos ideológicos dominados por corrientes sentimentales. Forofos de escuelas de pensamiento intolerantes con todo lo variopinto. Se debe ser valiente para confrontar en foros en los que sabemos que no nos van a dar la razón. ¿Acaso tenemos que ser como aquellos que ignoran las preguntas o censuran a ciertos medios de comunicación? Mientras se cumplan unos mínimos principios debemos tener la capacidad de hablar con quien no comparte nuestra forma ni el fondo. Es esa moderación, una que se puede solapar equivocadamente con la cobardía, la que nos hará ser libres sin ataduras dogmáticas bloqueadoras de la verdad.
«Matar a un hombre no es defender una doctrina, sino matar a un hombre”, respondió Castelio a un panfleto escrito por Calvino en el que defendía la ejecución de Servet. Si no rebajamos la tensión terminaremos divididos y moribundos.