
La legislación antitabaco es uno de los ejemplos más gráficos del carácter arbitrario el poder.
Si unos gobernantes son capaces de dar la vuelta como un calcetín a hábitos profundamente arraigados durante décadas; trocar al fumador de modelo social en paria apestado; doblegar al cine y la publicidad, y conseguir que la plebe no sólo acepte la imposición sino que se cuadre en posición de firmes… entonces esos gobernantes pueden hacer lo que les plazca con tan complaciente rebaño. ¿No se dan cuenta? El pitillo es sólo el pretexto.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraVeo venir las objeciones: la salud. ¿De verdad alguien cree que al Estado le importa la salud de la plebe?
Es obvio que el tabaco tiene efectos nocivos -este no es un análisis médico, sino político-. Ese no es el tema. Pero resulta insultante que el Gobierno apele a la salud.
Las campañas antitabaco y la demonización de quien enciende un pitillo no son creíbles, porque no van contra el tabaco, sino contra el fumador
Sin tan pernicioso es fumar, ¿por qué no cortan el grifo y cierran los estancos? Las campañas antitabaco y la demonización social de quien enciende un pitillo, cargada de tintes apocalípticos (se te caerán el pelo y los dientes, dejarás de funcionar en la cama etc.) no son creíbles, porque no van contra el tabaco, sino contra el fumador.
Y no van contra el tabaco, porque el tabaco es sagrado. ¿No lo ven? Se podría entender una legislación restrictiva si el Estado dejara de lucrarse con los impuestos correspondientes. Como botón, ahí tienen la tajada que el Estado obtiene con la subida del tabaco: se lleva el 80% del precio de cada cajetilla de cigarrillos.
Puesto que los que mandan no dejan de lucrarse con ese gravamen, solo caben dos explicaciones: o no es cierto que el tabaco sea tan perjudicial para la salud, o lo es y, entonces, los Gobiernos se lucran con el cáncer de los ciudadanos. Lo primero es una tomadura de pelo; lo segundo, una felonía.

¿Que ya no se puede fumar en ningún sitio? Hacienda no tiene más que subir los impuestos en función del consumo y las cuentas cuadran. La pela es la pela. ¿Y la salud?¿A quién le importa la salud?
Una cosa es que se prohíba fumar en hospitales -eso lo entiende cualquiera- o que no se llenen de humos despachos, aulas y salas de juntas -eso lo dictan la educación y la urbanidad, no necesitamos una selva de regulaciones ni que se nos trate como a niños-; y otra muy distinta que se lleve la cruzada al extremo de una prohibición tan puritana y farisaica como la norteamericana de los años 20 (la famosa Ley Volstead contra el alcohol).
La ley española no ha conseguido que la caída real del consumo sea tan grande porque, como pasaba en la Prohibición, ha provocado el aumento del contrabando: la venta ilegal se ha disparado y representa el 12’5% del tabaco que se consume en España.
En Austria al menos una parte de la sociedad se niega a que le traten como borregos y discute si debe mantenerse espacios para fumadores en bares y restaurantes. En España hemos cedido sin rechistar ante esta “ley seca”, colofón de otros muchos experimentos sociales a los que el Estado nos ha sometido.
En el Parlamento hablan de “derechos reproductivos” e “interrupción voluntaria del embarazo”, pero en la cajetilla de “hijo” y “muerte”
Lo de menos es el fumeque o no fumeque, lo demás es que los gobernantes, miden con injerencias en nuestra libertad el grado de sumisión acrítica de una sociedad. Y encima se ríen en nuestras narices.
Ejemplo, los mismos que legitiman y propician la muerte de más de 90.000 niños cada año en el seno materno te advierten en la cajetilla que el tabaco puede provocar la muerte del hijo que esperas. En el Parlamento hablan de “derechos reproductivos” e “interrupción voluntaria del embarazo”, pero en la cajetilla de “hijo” y “muerte”.
Hace dos siglos y medio, el pueblo de Madrid se amotinó contra la moda extranjerizante del ministro Esquilache. Nada de eso ha ocurrido con la ley antitabaco, otra moda extranjerizante. Hecho trizas el concepto de persona, base antropológica del derecho, introducida la cultura de la muerte, privado el ciudadano de resortes morales e intelectuales, reducido a títere consumista, es el perfecto conejillo de Indias para cualquier experimento ejecutado desde arriba.
Ya lo dijo el profeta. Los modernos Estados casi no necesitarán el látigo para gobernar una población de esclavos, sin otra libertad que la sexual, porque estos “amarán la servidumbre”. El profeta era Aldous Huxley en el prólogo de Un mundo feliz.