
En México han descubierto la pólvora o, mejor, esa ley de hierro que dice que quien hace la ley, hace la trampa. Resulta que allí también hay cuotas de género en los partidos, esos asientos reservados que nos dejan graciosamente a las mujeres quienes nos consideran incapaces de lograrlos por nuestras propias capacidades. Y los partidos, naturalmente, se apuntan al carro feminista, que tantas ayudas da y tantos quebraderos de cabeza evita.
Pero luego llega la realidad, que es muy suya, y la cosa se da como viene, a veces muy a la contra de lo que se espera o de lo que luce bonito, y uno se encuentra con un montón de tíos a los que hay que meter en las listas.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraAsí que para cumplir con la cuota de género en las candidaturas a presidencias municipales, los partidos Verde Ecologista de México (PVEM) y Nueva Alianza (Panal), interpusieron escritos en los que declaran transgénero a tres de sus candidatos hombres, pero piden «total discreción». El hecho fue considerado como una «burla» por el Instituto Estatal Electoral y de Participación Ciudadana de Oaxaca (IEEPCO).
Una vez que has asentado firme el principio de que la única opinión que vale para determinar el género de una persona es su declaración, ancha es Castilla
No veo por qué. Una vez que has asentado firme el principio de que la única opinión que vale para determinar el género de una persona es su declaración, ancha es Castilla. O el Llano del Anáhuac, dado el caso.
Hace tiempo que venimos avisando del inevitable choque de trenes entre el feminismo y la teoría de género, que si todavía no se ha producido es, sencillamente, porque ambos movimientos, aunque lógicamente incompatibles, son meros tentáculos de una misma izquierda y la ley de la omertà funciona maravillosamente en sus filas.
Es decir, que la mayoría hace como que no se entera de las consecuencias evidentes del nuevo invento, tanto teóricas como prácticas.
La teórica puede resumirse así: si lo que cuenta , lo socialmente relevante, es el género y este depende exclusivamente de la declaración libre del sujeto, en cualquier momento y sin condiciones observables, entonces hablar de la lucha de la mujer no tiene el menor sentido. ¿La lucha de un grupo oprimido cuya pertenencia es voluntaria? ¿La identidad como víctima de un colectivo de personas que en cualquier momento pueden abandonarlo libremente, y sin que tenga un solo rasgo acordado que les defina, salvo la propia etiqueta?
Pero, como suele pasar, los efectos prácticos son más interesante, y para los que podíamos preverlos desde el día uno, irresistiblemente cómicos. Esto que ahora hacen los partidos mexicanos de que hablamos lo harán mañana las empresas obligadas a cuotas similares, si se ven en un apuro parecido; ya lo hacen los deportistas masculinos de segundo nivel, que se declaran mujeres y pasan a copar todos los oros.
Cuando la propia ley prohíbe que opine nadie más que el sujeto interesado, eso es imposible probarlo
Negar la realidad tiene estas cosas. Leía hace unos días que el equipo femenino de fútbol iraní está mayoritariamente formado por hombres -perdón: por personas a las que se asignó al nacer el sexo masculino-, y el comité deportivo pertinente quiere descalificarlo, pero no sabe cómo sin deshacer toda la broma.
Los iraníes alegan que si es cierto que tienen barba muchos de ellos y están hechos unos maromos muy aparentes es porque todavía están empezando la transición. Pero podrían haber ahorrado la excusa, o la dichosa transición, que la ley y la teoría juzgan absolutamente innecesarias.
Soy lo bastante vieja como para recordar los chistes que corrían sobre las pobres atletas del Este comunista, algunas más hirsutas que muchos varones que conozco, y no era infrecuente su descalificación porque les inyectaban hormonas masculinas a cascoporro. Ahora ya es innecesario: mucho más cómodo presentar a deportistas que vienen con las hormonas incorporadas de serie.
Naturalmente, se me podría responder que ese no es el objetivo de la ley ni el corolario de la teoría, sino un simple y llano fraude de ley. A lo que solo puedo responder: ya, claro, pero cuando la propia ley prohíbe que opine nadie más que el sujeto interesado, eso es imposible probarlo. Y, si me preguntan, el verdadero fraude, el fraude gordo, perverso y ridículo es toda esa teoría que intentan hacernos tragar con las más aviesas intenciones.