Cruda realidad / Escenas prenavideñas: de Carmena a Fillon, pasando por Trump

    Me da envidia lo que hace Víctor Gago, saltando grácil de un tema a otro, así que si me lo consienten en Actuall voy a imitarle hoy -solo hoy, palabra-, que nada puede ajustarse mejor a lo que don Víctor llama mi "periodismo impresionista". Cojo el pincel..

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    Carmena, Fillon y Trump
    Carmena, Fillon y Trump

    … Y empiezo con los intentos de paganización de la Navidad de esas dos lumbreras del progresismo ‘enragé’, las alcaldesas de las dos primeras ciudades de España, Madrid y Barcelona.

    Carmena y Colau -o Colau y Carmena, que tanto montan- han demostrado desde el primer día de su investidura como alcaldesas una especial tirria por todo lo que nos ha hecho lo que somos, todo lo que huela a nuestras raíces, con una especial hostilidad por lo que es su innegable base, el cristianismo. De ahí que la Navidad -que, se pongan como se pongan, celebra que nos ha nacido el Salvador- se les atragante como una peladilla comida con prisas.

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    Carmena, después de ‘montar el belén’ -solo en el sentido metafórico- las pasadas Navidades, quiere moderar este año su inquina anticristiana proponiendo una programación municipal que «combine la tradición con elementos novedosos». Tiemblo.

    En la ‘novedad’ coincide con su socia catalana, y no es otra que una celebración ‘alternativa’ del solsticio de invierno. Es muy de Podemos, eso del solsticio. El evento, en el caso madrileño, será el próximo 21 un ‘desfile de luz’ que llenará Madrid Río de farolillos y elementos lumínicos.

    Los cristianos sabemos bien qué celebramos y, por Dios, es cosa suficientemente grande para celebrar, salga el sol por Antequera

    Hacia esta época del año nunca falta el tonto publicable que nos informa didáctico desde cualquier cabecera más o menos progresista que, en realidad, la Navidad no es más que la celebración del solsticio de invierno. La respuesta de sentido común es que si solo se tratase del solsticio de invierno no habría nada que celebrar y, en consecuencia, nadie lo celebraría.

    ¿Pueden imaginar una comunidad humana que se diga: «¡Hey, mirad, mañana es el día más corto del año, bebamos y comamos para celebrar tan magno acontecimiento!»? No.

    Los hombres lamentan la muerte de un dios o celebran el nacimiento de un profeta, cosas así. Que luego lo hagan coincidir con los solsticios o equinocios solo significa que la humanidad ha tenido siempre cierto impulso poético.

    Los cristianos sabemos bien qué celebramos y, por Dios, es cosa suficientemente grande para celebrar, salga el sol por Antequera.

    Parece que, como unos pocos sospechábamos, el presidente electo Donald Trump no tiene previsto a corto plazo establecer el Reich de los Mil Años ni ha dado aún instrucciones para levantar campos de concentración para liberales en el desierto de Nevada.

    De hecho, sus primeras medidas y nombramientos, fuera de algunas escenas más pintorescas que relevantes, han resultado decepcionantemente ‘normales’, para decepción de progresistas y ‘alt-righters’.

    Oh, vaya, al final va a gobernar como un presidente sometido a todos los controles y contrapesos establecidos por la Constitución norteamericana, quién iba a imaginarlo.

    Oh, sí, ha anunciado que Estados Unidos se retira del Tratado de Libre Comercio del Pacífico. Mi más sentido pésame a los lectores liberales de Actuall. Yo no lo soy, pero aunque lo fuera, aunque juzgara conveniente el tratado en cuestión, dudo que fuera a derramar una sola lágrima por su abandono. Hay, convendrán conmigo, cosas más importantes.

    Como, por ejemplo, el modo en que la progresía se ha desmelenado, pataleando como un párvulo maleducado e incapaz de aceptar la derrota. Solo por esto estoy dispuesta a aguantar con gusto cuatro años la cara naranja de Donald Trump.

    En Francia, François Fillon ha ganado por sorpresa las primarias de la UMP, la derecha ‘pepera’ de nuestros vecinos, y los conservadores patrios han lanzado las campanas al vuelo: ¡Albricias, un conservador de verdad, el más a la derecha de los candidatos, católico por añadidura y ‘personalmente’ opuesto al aborto!

    Fillón lleva como toda la vida en política. ¿Ha cambiado algo? ¿Ha hecho retroceder, siquiera un centímetro, el arrollador avance de la agenda progresista, de la cultura de la muerte?

    ¿Me odiarán mucho si echo, no un jarro, pero al menos unas gotitas de agua fría sobre todo este entusiasmo; si uso mi ‘maza contundente’ (sic) para templar tanta euforia?

    Ahí va: nunca aprendemos. Da igual, en cualquiera de las orillas del Atlántico: no aprendemos. Fillón lleva como toda la vida en política. ¿Ha cambiado algo? ¿Ha hecho retroceder, siquiera un centímetro, el arrollador avance de la agenda progresista, de la cultura de la muerte?

    No. Ni hay nada en su carrera que nos permite pensar que lo va a hacer. Regocijarse pensando que, al menos, quizá, con un poco de suerte, la destrucción de todo lo que amamos y valoramos será levemente más lenta y ligeramente menos atroz que con un socialista es la mentalidad perdedora, apocada y cobarde que nos ha traído donde estamos.

    Parece como si nos bastara el nombre. Se llaman ‘derecha’, n’est-ce pas? Algo es algo…
    Y, sobre todo, apoyarle nos contagia de la virtud progresista de oponernos al -cojan aire- ‘populismo’ lepenista. Vale, de acuerdo, el Frente Nacional es proteccionista y eso es malo.

    ¿Algo más? ¿Compramos, como con Trump, en bloque la leyenda que vende la izquierda? ¿Alguien cree que Le Pen va a instaurar una dictadura? ¿En Francia? ¿En serio?

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