
Salvo un desesperado giro de guion de última hora -ese Séptimo de Caballería llegando a salvar la democracia española-, Sánchez parece decidido a hacernos el año que empieza enormemente interesante. Yo, me confieso, le creía de farol, pero empieza a sonarme a mí misma a ‘wishful thinking’.
La Abogacía del Estado ha hecho lo que mucho temían y no tantos esperaban, dejar que España y sus instituciones quedaran humilladas y arrastradas por el fango para complacer a un gobierno que ni siquiera existe aún, un punto más para quienes ya sospechábamos que el poder político se lo ha comido todo en nuestro país, quizá en todo Occidente, y que los controles y contrapesos de la democracia son una fantasía morisca para entretener las largas noches de invierno.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraAsí que los brindis de Nochevieja van a sonar fúnebres en muchos hogares españoles, con un gobierno bolivariano en puertas, servido con cesiones a los separatistas que solo son legales en el sentido de que los juristas encargados de decidirlo se muestran -¿cómo decirlo?- insólitamente flexibles en su docilidad, clavando el clavo definitivo en el ataúd de Montesquieu.
Es una sensación curiosa ésta de empezar una peli de la que todos nos sabemos el final, que no es exactamente feliz. Nunca ha dado resultado bonito lanzarse en brazos de la izquierda radical pero, sobre todo, nunca ha sido fácil descabalgarla del poder una vez que se hace con él. Y todo porque uno de los personajes más mediocres de nuestro panorama político se resiste a llevarse el colchón de la Moncloa a un alojamiento más apto para semejante ganapán.
Lo que de todas todas tiene que pasar, que pase pronto. Una horita corta, como me decían en los partos
Y lo peor de todo este desagradable panorama es que, a diferencia de una invasión o un terremoto, no podemos echarle la culpa al Hado o a los otros. Estamos en una democracia, y el de Sánchez ha sido el partido más votado. Recordadme la frase de Churchill, que en este momento se me ha desdibujado.
Hay, sin embargo, modos de ver el lado bueno de esta angustiosa escena. Si descartamos el asteroide chocando contra la tierra a tiempo para evitar la investidura, queda el consuelo del aceleracionista: cuanto peor, mejor. Es decir, que lo que de todas todas tiene que pasar, que pase pronto. Una horita corta, como me decían en los partos.
Muy larga no puede ser. Si sale adelante la investidura y se arma con costurones el temido ‘Gobierno Frankenstein’, lo hará sujeto con alfileres, en una coalición de voluntades en la que cada cual tira para su lado con muchas posibilidades de acabar partiendo peras más pronto que tarde. De hacer grandes leyes, mejor olvidarse, aunque Pedro le ha cogido afición al decreto, ese expediente que tanto criticaba en Rajoy, y de los dos protagonistas de este drama podría decirse lo que se dicen el sherif y el malo en el ‘Western’ clásico: Dodge City no es lo bastante grande para los dos.
Esos dos enfermos de ambición y narcisismo van a buscarse las vueltas mutuamente y a tratar de hacerse la cama el uno al otro desde el primer minuto, porque esto es como Los Inmortales: solo puede quedar uno.
El asunto de la ‘estructura territorial’ de España es más peliagudo, porque lo que se rompa ahora va a ser muy difícil recomponerlo luego. Por otra parte, lleva ya mucho tiempo roto, y las posibilidades de que un partido del consenso tenga voluntad real de imponer las difíciles y tajantes medidas necesarias para iniciar el proceso de cura tienden a cero. Lo lamento infinito, pero me cuesta prever otra cosa que un constante deterioro de la posición del Estado en Cataluña y el País Vasco, un proceso que lleva casi cuarenta años en marcha.
Idealmente, la situación se hará tan catastrófica que se abrirán los ojos de muchos que ahora parecen tenerlos fuertemente cerrados, y cuando llegue el fin y haya que volver a las urnas, el electorado castigará al fin a los responsables irresponsables. Dicho de otro modo: lo que nacerá ahora promete llevarnos deprisa a tocar ese fondo sin chocar con el cual, por lo visto, es imposible salir de esta. Nadie, pero absolutamente nadie, escarmienta en cabeza ajena.
Quizá, muy probablemente, sea la única manera. Quizá, muy probablemente, tengamos que apurar el cáliz hasta los posos antes de iniciar el trabajoso camino de vuelta a una cierta normalidad, a la recuperación de un mínimo de cordura social.
Pero sí puedo aventurar que esa recuperación no va a lograrse sin dolor, que lo vamos a pasar realmente mal y que todavía tienen que empeorar mucho las cosas antes de que empiecen a mejorar. Lo siento, lo propio sería desearles un feliz 2020 y augurar un montón de cosas buenas, y quizá lo sean, de hecho, en la vida personal de muchos de mis lectores. Pero, en lo que se refiere a España, les reconozco que en el brindis el champagne va a saberme amargo.