ONU / Wikimedia

No son las instituciones las que se corrompen, sino las personas que las conforman. En ocasiones olvidamos el instinto animal del ser humano y el riesgo real de que este sea arrastrado por las pasiones más básicas. Necesidades fisiológicas entre las que se encuentra la supervivencia, el impulso innato de todo individuo que le protege de perecer ante las circunstancias. Resistir como cuando Pedro Sánchez, -este que ahora nos devuelve parte de la libertad olvidada con el levantamiento del estado de alarma-, se alzó como adalid de la higiene democrática en la moción de censura a Rajoy asegurando que ansiaba devolver la dignidad a nuestros estamentos. De dicha promesa tan solo queda la consigna concebida por su asesor de turno y la tinta que plasmó en el papel aquel mensaje que leyó habiendo llamado previamente a sus colegas prometiéndoles un puesto de responsabilidad en alguna institución trasformada en chiringuito. 

Al igual que ha ocurrido con el Gobierno de España, varias instituciones gubernamentales que nacieron con un fin licito y fundamental, con el tiempo han ido desvirtuándose, olvidando el objetivo para el que fueron creadas. Durante la emergencia sanitaria del covid-19, por ejemplo, ha quedado en entredicho la utilidad de entidades como la OMS, que pese a contar con un papel de vital relevancia no ha estado a la altura de las circunstancias, cambiando de opinión un día sí y otro también, además de ocultar información sobre el país de origen de la pandemia.

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Organismo que está cayendo en desgracia como consecuencia de la nefasta gestión de su director general, el Doctor Tedros Adhanom. Tras su polémico nombramiento en el 2017 (después de que miles de compatriotas etíopes se manifestaran en contra de su designación como jefe de la salud mundial debido a su opacidad en las tres epidemias de colera de 2007, 2009 y 2011 que asolaron a la nación africana) ha hecho lo propio blanqueando la información reportada por China.

En el mes de enero aseguraba que estábamos en buenas manos bajo el mando de la dictadura comunista y que el covid-19 no era trasmisible entre humanos, ignorando las indicaciones de Taiwan aún cuando el 30 de diciembre de 2019 el médico chino Li Wenliang ya había alertado a sus colegas de la existencia de un nuevo patógeno parecido al SARS.

El mandatario depositó sus intereses particulares por delante de los generales mirando para otro lado cuando el virus acechaba el mundo y puso la mano en el fuego por el comunista Xi Jinping. Quizá la pertenencia de Tedros a la formación de corte marxista, Frente de Liberación Popular de Tigray, tenga que ver en el buenismo y fe ciega que ha manifestado la OMS con China, una superpotencia despótica al igual que otros países que apoya el director general del organismo sanitario. Las mismas filias que le hicieron apoyar al sanguinario Robert Mugabe como embajador de buena voluntad de la organización.  

Tedros Adhanom, director general de la Organización Mundial de la Salud.
Tedros Adhanom, director general de la Organización Mundial de la Salud.

La institución, que desde que es comandada por inmunólogo etíope no ha hecho más que bailar el agua a la dictadura China, lo que a lo mejor tiene relación con las cuantiosas inversiones del país asiático en Etiopia. Nos sólo ha legitimado los escandalosos datos aportados por la tiranía sino también ejecutando el oxímoron de condenar el uso de las terapias alternativas al mismo tiempo que fomenta la implantación de la medicina tradicional china en los tratamientos. China manda, la OMS obedece, de hecho, son muchas las voces como la del viceprimer ministro japones Taro Aso las que ironizan con rebautizar al conglomerado como Organización China de la Salud (OCS).

Así es como los intereses individuales de un hombre, -hay que señalar que existen peticiones a través de plataformas como Change.org, la cual lleva más de un millón de firmantes, con el fin de que se produzca la dimisión o destitución del doctor Tedros para “devolver la confianza perdida a la ciudadanía de la institución”-, han mancillado el nombre de un organismo supranacional.

Entidades internacionales, desde la ONU a la UE, que están en el ojo del huracán. Si la OMS ha hecho la vista gorda con las mentiras flagrantes del régimen chino en la emergencia sanitaria, la ONU hace lo propio ante situaciones como la de Venezuela o Siria. Pasotismo que está sembrando el descontento por parte de la ciudadanía a todas estas instituciones. Malestar como el que me manifestó un disidente venezolano al que escribí al preguntarle su opinión sobre la postura de la ONU respecto a lo que acontece en su país y tajantemente me manifestó: “Yo no creo mucho en las instituciones internacionales, luego de la experiencia que hemos vivido en Venezuela. Como es posible que la comisión de derechos humanos esté integrada por Venezuela y otros países donde se violan todos los días los derechos. La ONU es un club de intereses, como todo”.

Palabras escritas por un globalista, por un hombre poco sospechoso de ser proteccionista. Algo falla cuando hasta los que apoyan la internacionalización del orbe ponen en tela de juicio las plataformas concebidas para tender puentes entre los países materializando esa visión global. 

Un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Competencia que desgraciadamente las personas al mando de los organismos supranacionales no han demostrado a lo largo de la historia. No estuvieron cuando los hutus masacraron a 800.000 tutsis en Ruanda, actúan de manera estéril en países como Siria, -los sirios no dejan de solicitar auxilio a la ONU-, y en Venezuela. Como reflejó en un artículo Hugo Mena, rector de la Universidad Ecuatoriana en el diario chileno El mostrador, «La O.N.U no ha manifestado interés alguno en colaborar institucionalmente con la logística de entrada y distribución de la ayuda humanitaria en Venezuela».

Todos estos organismos deben expresar su utilidad y dejar de ser una especie de cementerio de elefantes o paraísos donde las viejas glorias tengan un retiro dorado. No lo digo solo por Tedros, el que ha llegado a ser el que vele por nuestra salud gracias a sus relaciones amistosas con China pese a su reprobable gestión como ministro de sanidad en el gobierno de Etiopía, si no por otros exgobernantes como la chilena Michael Bachelet que se la premió con el suculento sueldo de Alta Comisionada para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas.

Son este tipo de personajes los que desnaturalizan las instituciones y despiertan el desengaño de la ciudadanía hacia ellas. Necesitamos organizaciones limpias, honestas y que estén conformadas por líderes y no por burócratas esclavos de intereses ocultos.

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