Cruda realidad / Gramsci y el juez de Rita Maestre

    Antonio Gramsci tuvo la genial idea de dar la batalla de las ideas, consistente en infiltrar el comunismo en las instituciones, desde la cultura a la enseñanza, pasando por la judicatura. Y los jueces no son espíritus puros, sino hijos de su tiempo, ergo…

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    Gramsci y Otamendi
    Gramsci y Otamendi

    Leo en Actuall el magnífico artículo de Elentir (‘La absolución de Rita Maestre crea barra libre para asaltar iglesias’) y, claro, estoy de acuerdo en que se abre la veda del cristiano, si es que no estaba ya prácticamente ya declarada. Pero a mí la sentencia me ha hecho reflexionar por otros derroteros. Les cuento.

    La sentencia absolutoria me ha hecho reafirmarme en mi sospecha de que el personaje más importante del siglo XX fue Antonio Gramsci, ese tipo con cuya efigie tapaba Juan Carlos Monedero la manzanita de Apple en su portátil.

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    Don Antonio se daba cuenta de que el comunismo no iba a ninguna parte. La vía democrática estaba descartada, porque el pueblo no estaba ‘preparado’ para el socialismo real, y la violenta, la revolucionaria, se había revelado un fracaso salvo con la carambola hija de la guerra que había logrado cuadrar Lenin y sus muchachos frente al débil Kerensky.

    ¿Qué hacer, entonces? Y aquí es donde Gramsci desplegó su genialidad. Llamó a su estrategia ‘la larga marcha por las instituciones’ y postuló que los comunistas, en lugar de (o paralelamente a) la habitual contienda política, debían infiltrarse pacientemente en las instituciones que constituyen la vida del Estado, desde los medios a la cultura pasando por la enseñanza… Y la judicatura, naturalmente.

    De este modo, inoculando la visión comunista del mundo y de la historia, a la larga la sociedad haría suyas inconscientemente estas ideas, aunque no las llamara comunistas ni, a menudo, sospechara que lo eran. Hasta que ya la polis estuviera preparada para acoger el comunismo con naturalidad. 

    O para que ya no hiciera falta, añado yo. Me da igual si el autobús es de tu propiedad, si el conductor decide ir por la ruta que le plazca.

    O, por referirnos a los jueces, es indiferente que los códigos sean tajantes y las leyes claras si los jueces deciden no aplicarlas. ¿Quién juzga a los jueces?

    Vean el caso de EEUU: Esos Nueve Hombres sin Piedad, en la famosa sentencia de Wade contra Roe, determinaron que la Constitución protege un imaginario derecho al aborto

    Un ejemplo evidente es el norteamericano. Allí presumen mucho de tener una Constitución que les dura desde hace más de dos siglos, pero la razón de su longevidad no es nada inherente a lo escrito en el papel por los Padres Fundadores, sino a que el único intérprete legítimo de la Carta Magna es el Tribunal Supremo, y desde que decidieron que el documento no dice para nada lo que parece decir, se han convertido en un comité de nueve dictadores contra cuyas decisiones no hay apelación posible.

    ¿Les parezco exagerada? Miren, si en Estados Unidos la opinión pro-vida roza la mayoría o es quizá ya mayoritaria y ningún presidente, gobernador o legislatura puede prohibir o restringir el aborto provocado es porque esos Nueve Hombres sin Piedad, en la famosa sentencia de Wade contra Roe, determinaron que la Constitución protege un imaginario derecho al aborto. ¿Alguien podría, por favor, indicarme en qué líneas plasmaron aquellas mentes dieciochescas semejante ‘derecho’? No se cansen: lo dijo el Supremo, no hay nada más que hablar.

    Casi más escandaloso, y mucho más reciente, es lo del matrimonio de personas del mismo sexo. Cuando el asunto estaba en ebullición gracias a los buenos oficios del lobby rosa, se organizaron referenda en una treintena larga de Estados para tratar de aprobarlo.

    El matrimonio está regulado a nivel estatal, pero la llamada ‘cláusula de comercio’ obliga a que las relaciones que se establecen de acuerdo a la legislación de un Estado tengan validez en los demás. Pero, ¿saben qué? Solo en dos estados ganó el «sí».

    Dio igual. El Supremo decidió que aquello también era un derecho constitucional. Lo cual es aún más absurdo que en el caso del aborto, porque aunque alguien pudiera convencerme de que alguno de los redactores de la Constitución dudara en el caso de una práctica desgraciadamente muy vieja, es impensable que ninguno se plantease el caso de dos hombres o dos mujeres formando un matrimonio. Pero, ya ven, gracias a los jueces del Supremo es ya la intocable ley de la tierra.

    Leo que el juez del caso de la Capilla de la Complutense tiene intereses concretos que le vinculan al entorno de Podemos, pero estoy por asegurar que esta pista solo nos llevaría a distraernos de lo fundamental.

    Rita Maestre, durante el asalto a la capilla de la Universidad Complutense
    Rita Maestre, durante el asalto a la capilla de la Universidad Complutense

    Y lo fundamental es que no se necesita en absoluto un magistrado agradecido a los podemitas, ni siquiera un juez afín al podemismo: basta que sea ‘moderno’ y ‘sensible’ a los vientos ideológicos, digamos, ‘progresistas’. Es decir, un juez que quiera caer bien y al que no le apetezca que le amarguen la vida.

    En Occidente pintamos ciega a la Justicia, porque ese es el ideal: leyes que se ejecuten ciegamente, según dispone la voluntad del legislador legítimo claramente expresada en el texto. Ese ideal haría del juez algo parecido a un espíritu puro absolutamente impermeable a las influencias externas. No tengo que decir que en este bajo mundo caído no existe de eso.

    Un juez es un ‘hijo de su tiempo’, respira el mismo aire ideológico que todos los demás, y está sometido a las mismas presiones

    El juez es un señor como cualquier otro, con su carácter, sus manías, sus opiniones, sus intereses y sus carencias. Sobre todo, es ‘hijo de su tiempo’, respira el mismo aire ideológico que todos los demás, y está sometido a las mismas presiones y el mismo latente acoso que cualquiera que tenga que tomar decisiones que afectan a la esfera pública.

    El cristianismo no es exactamente popular entre las élites; sería más exacto decir que desean extirparlo de una vez por todas de nuestra civilización. Y eso pesa.

    Igual que, si el caso fuera idéntico pero referido a un lugar de culto musulmán, todo el mundo sabe que el juez tendría que ser un hombre muy valiente para aplicar el mismo criterio que ahora se ha aplicado con Maestre y absolver al profanador.

    Esa es la piedra de toque para comprobar qué defiende el establishment sin necesidad de reconocerlo explícitamente: cambien, en los casos juzgados en un tribunal o enjuiciados informalmente por los medios, el sexo o la religión o la adscripción política de los participantes y pregúntense si el veredicto sería el mismo.

    Es un juego de mesa de lo más divertido, aunque, lo admito, un poco deprimente.

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