Pablo Iglesias jura su cargo en presencia del Rey Felipe VI.
Pablo Iglesias jura su cargo en presencia del Rey Felipe VI.

El vicepresidente del gobierno Pablo Iglesias ha fomentado en las últimas horas el debate sobre Monarquía o República con ese deje de Rottenmeier que le abandona menos que el suavizante para la melena. Asegura el dirigente comunista que «es algo normal, dadas las circunstancias». Sin duda se refiere a los asuntos que ha tenido que ajustar el Rey Juan Carlos con el fisco en las últimas semanas y cómo los abordará el Rey Felipe VI en su tradicional discurso anual.

Tal vez. Pero el Centro de Investigaciones Sociológicas, a pesar de estar desprestigiado desde la llegada del montañés y militantes socialista José Félix Tezanos, ha reiterado de forma contumaz que a los españoles no les cambia el humor las vicisitudes que atañen a la Monarquía. Sólo un 0,3% considera que la Casa Real es su máxima preocupación.

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Es de suponer que, más allá de los propios interesados -Felipe VI, la Princesa de Asturias y la Infanta Sofía- la institución sólo es motivo de preocupación para los enemigos de lo que representa: la unidad y la concordia de España. Lo cierto es que no son pocos los que se apuntan a esta verbena.

Las etapas republicanas se han significado mucho más como periodos de tiranía, muerte enfrentamiento y desolación en España

Sólo en la medida en que la Corona es la piedra angular del edificio constitucional es puesta en la mirilla telescópica de la escopeta política de caza de Pablo Iglesias. Algunos de sus más estrechos socios, no conviene olvidarlo, lo intentaron en serio con don Juan Carlos en Palma de Mallorca.

Algunos alegarán que el Gobierno socialcomunista tiene como objetivo la vuelta al sistema republicano sin disimulos. Y no a un republicanismo moderado, sino al más cruento y liberticida, el que llevó a los españoles a enfrentarse en una guerra atroz ya olvidada en pro de la paz y la armonía. Olvidada por todos, hasta que nos la han recordado a machamartillo. Aún más, pretenden dictarnos cuáles son los recuerdos que debemos tener.

No se puede proseguir sin apuntar el lastimoso papel de quienes, teniendo mayoría absoluta, no revertieron las ideas ponzoñosas inoculadas en el ordenamiento jurídico por José Luis Rodríguez Zapatero, hoy embajador honoris causa de la revolución bolivariana en Venezuela. El Partido Popular -por este y otro pecados de omisión- lleva la penitencia de tener que medirse cada vez más con Vox. Pero esta es otra historia, o no, que diría Mariano Rajoy.

De vuelta a la cuestión, cabe subrayar que el debate que plantea Iglesias no es teórico sobre las formas de organización de los estados-nación, que han sido muchas a lo largo de los siglos, cada una con sus luces y sus sombras.

El debate real no es monarquía o república. Es sobre si la forma jurídica del estado proporciona un medio ambiente jurídico y social en el que haya contrapeso de poderes y se respeten los derechos fundamentales.

Un sistema en el que la libertad -con los límites necesarios para la consecución del bien común- reine sin cortapisas arbitrarias; en el que el derecho a la vida primero y origen de todos los demás no sea conculcado; en el que se respete la propiedad privada, la justa distribución de los bienes y el trabajo digno; el en que se respete la libertad de creer y expresarlo o de decidir sobre la educación de los hijos; en el que el ser humano no sea concebido como un mero consumidor, una pieza aislada de un engranaje, sino un miembro de la sociedad con derechos y deberes que nace y crece en el mejor de los entornos posibles, la familia.

Estos y otros deberían ser los objetivos de cualquier sistema político, monarquía y república incluidas, resumidos en uno: el bien común.

Otra cosa es que no podemos abstraernos del hecho que los sistemas monárquicos, en términos generales en la historia de España, pero muy singularmente en los últimos decenios, han tenido más luces que sombras. Y que precisamente las etapas republicanas se han significado mucho más como periodos de tiranía, muerte enfrentamiento y desolación.

En todo caso, insisto. El debate que propone Pablo Iglesias es tramposo: no es Monarquía o República, sino libertad o tiranía. Y ya sabemos de qué parte está. La de la tiranía, con independencia de si se impone con una república como la de hace un siglo en España, otra bananera como en Venezuela, con un gobierno socialcomunista dentro de una Monarquía Parlamentaria en España, o a través de una monarquía comunista como la cubana.

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Nicolás de Cárdenas fue inoculado por el virus del periodismo de día, en el colegio, donde cada mañana leía en su puerta que “la verdad os hará libres”. Y de noche, devorando los tebeos de Tintín. Ha arribado en su periplo profesional a puertos periodísticos de papel, internet, televisión así como a asociaciones cívicas. Aspira a morir diciendo: "He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe".