Las principales cabeceras de España, con la misma publicidad institucional del Gobierno.
Las principales cabeceras de España, con la misma publicidad institucional del Gobierno.

No, no “salimos más fuertes”. Es insultante que lo sugieran, siquiera. Salimos mucho más débiles. Salimos más pobres. Salimos más asustados. Salimos más controlados y menos libres.

Me refiero, naturalmente, a esa cubierta que todos los diarios nacionales han sacado ayer, campeando en los quioscos como un símbolo de derrota de la pluralidad de la que habla la Constitución (¿se acuerdan de ese olvidado documento?), de la diversidad de pensamiento, incluso del pensamiento en sí.

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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Oigo decir que no se podía hacer otra cosa, que el Gobierno, con la ley en la mano, puede obligar a los medios a insertar mensajes de utilidad pública. No les crean ni un segundo. Cobraron, cobraron una pasta, de esa que no hay ni para mascarillas ni para ERTEs. Sobre todo, un mensaje de utilidad pública es decir que es obligatoria la mascarilla, o que hay que quedarse en casa o cosas así: decir que “salimos más fuertes” es propaganda orwelliana, en el doble sentido de ser mentira y de no exigir el menor gasto de materia gris. Es una consigna, y una consigna indignante en su falsedad y en su simpleza.

Me cuesta decidir qué me irrita más de este asunto. ¿Es ese darme cuenta, sin margen ya para el autoengaño, de que todos los grandes medios están en lo mismo, que esa portadilla común delata el juego, el reparto de papeles de unos y otros con un fondo común, en una misma visión compartida?

¿Es lo elemental de la frase, como si todos los ciudadanos fuéramos niños que han acabado de aprender a leer y va a costarnos descifrar una frase más compleja? ¿Uno de esos mensajes sin desarrollo, sin explicación, sin sentido más allá de la palabra tranquilizadora de una madre a su hijo pequeño que tiene terrores nocturnos? ¿Ese sentir que Pedro me coge de la mano y me mira a los ojos y me pide que confíe en él?

¿Es eficaz la mascarilla? Si no lo es, no tiene sentido que la prescriban. ¿Tiene sentido el distanciamiento? Si no lo es, nos están tomando el pelo. Y si ambos lo son, ¿qué sentido tenía el confinamiento?

¿Es la evidente mentira, ese decirnos que vamos a salir más fuertes cuando es evidentemente para el más ciego y fanatizado que vamos a salir mucho más débiles, con un paro y una caída del PIB sin precedentes, con un recorte de libertades que da miedo, con una censura sin apenas disimulo, con modales de checa en nuestro propio gobierno?

No, creo que no es nada de eso lo que lleva mi indignación al paroxismo. Es saber que ese ‘salir’ no es salir de la pandemia, exactamente. De donde debemos salir es de un régimen demencial de excepcionalidad que nunca antes en la historia se había aplicado ante una epidemia que, con todo el infinito respeto a las pérdidas personales, no justificaba ni destruir la capacidad productiva ni acabar con nuestras libertades. Hemos sido conejillos de Indias de un experimento atroz, que no ha parado la pandemia y que posiblemente la ha empeorado.

¿Es eficaz la mascarilla? Si no lo es, no tiene sentido que la prescriban. ¿Tiene sentido el distanciamiento? Si no lo es, nos están tomando el pelo. Y si ambos lo son, ¿qué sentido tenía el confinamiento? ¿Impedir que nos beneficiemos del refuerzo a nuestro sistema inmune que supone pasear al aire libre y bajo el sol? ¿Asegurar el contagio de quienes tienen que pasar todas las horas del día con quien podría portar ya el virus?

Esto es. Es como oír a nuestro secuestrador diciéndonos que debemos estarle agradecido por habernos mantenido encerrados, por arruinarnos, por controlarnos, porque así saldremos más fuertes.

Y aún les daremos las gracias, porque han quebrado nuestro espíritu y, sembrando un miedo ubicuo y difuso, nos hacen temerosos de nuestra propia sombra.

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