Madrid violetera. Madrid antipática. Madrid Uber. Madrid casposa. Madrid contaminada. Madrid Vox. Madrid aeropuerto. Madrid católica. Madrid fea. Madrid monárquica. Madrid inculta. Madrid paleta. Madrid desértica. Madrid aluvión. Madrid egoísta. Madrid Real Madrid. Madrid cara. Madrid atasco. Y ahora, Madrid rica.

La provincia (me resisto a llamarla comunidad autónoma) de Madrid ha rebasado a Cataluña en cuanto al PIB nacional. Según los datos del INE correspondientes a 2018, el 19,19% de la riqueza española se genera en Madrid y el 19,02% en Cataluña.

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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Así lo cuenta El País, la mayoría de cuyos anunciantes y lectores se encuentran en Madrid y al que le molesta que Madrid crezca: “Madrid teje su tela de araña. Lenta e inexorablemente, la comunidad extiende su red sin compasión, atrayendo hacia sí todo lo que toca y distanciándose de sus competidores”. ¡Menudo párrafo! Podríamos encontrarlo en un panfleto antisemita describiendo la conspiración de los judíos para apoderarse del mundo.

En 2018, Madrid, con menor población, menos turismo y menos tradición industrial, superó a Cataluña en el reparto del PIB nacional

Cuando se montó el nefasto Estado de las Autonomías, ése que iba a realizar los prodigios de que “los nacionalistas se sintieran cómodos en España” y “la Administración se acercara a los ciudadanos”, muchos opinadores anunciaron la decadencia definitiva de Madrid. Los funcionarios se desplazarían a las nuevas comunidades autónomas, las empresas y las instituciones como los ayuntamientos y las diputaciones, dejarían de enviar delegados a los Ministerios y los nuevos gobernantes, gente capaz y conocedora de las necesidades de su tierra, promovería la actividad económica. Las regiones pobres dejarían de serlo y, por supuesto, la corrupción desaparecería.

Las consecuencias de un modelo administrativo que no existe en ningún otro país del mundo las tenemos ante nuestros ojos. Odio entre regiones, burocracia hipertrofiada, selva legislativa, corrupción indescriptible y hasta impune, discriminación entre españoles, ruptura de la unidad de las Administraciones y del mercado, golpes de Estado organizados por los políticos…

Y uno de los efectos más asombrosos es el aumento de la población y la riqueza de Madrid, a pesar de que algunos le auguraban un destino similar al de Varsovia después de la desaparición de Polonia como reino independiente. Parece que los españoles son más sensatos cuando toman decisiones sobre su dinero que cuando votan. Así, muchos votantes de partidos izquierdistas y separatistas han trasladado su residencia a Madrid para librarse de pagar el Impuesto de Sucesiones, al igual que sus empresas.

Se dijo que el Estado de las autonomías iba a reducir el peso de Madrid y años después lo ha reforzado, como refugio frente a los nuevos caciques

En Madrid no hay guerras lingüísticas, ni de banderas, y encima la población crece. Pudiendo elegir, ¿dónde se va a instalar una empresa de última generación?, ¿en una Asturias envejecida donde la izquierda está planteando la introducción del ‘bable’ en la Administración y de la que se marchan los universitarios?, ¿en una Murcia cuyas dos principales actividades económicas, la agricultura y el turismo, están frenadas debido a la incompetencia del PP local?, ¿o en un Madrid donde se prefiere el inglés, no te exigen ‘adhesión inquebrantable’ al cacique y la clientela crece? San Sebastián y Gerona son preciosas, pero el paisanaje que gobierna esas ciudades deja mucho que desear: boina en el alma y desprecio al compatriota.

Por ello, Madrid va a seguir creciendo, como refugio para miles de españoles que pueden permitirse escaparse de la sombra del campanario, cada vez más extensa y más fría. Los políticos catalanes y valencianos interrogados por los periodistas de El País recurren a los argumentos de costumbre, como el efecto de la capitalidad y la bajada de impuestos, pero no se preguntan en ningún momento por la parte de responsabilidad que ellos tienen en sus propias comunidades.

Pero, ¿no habíamos quedado en que el estado de las autonomías consistía en que cada región usase sus competencias para regular la educación, fijar el calendario de vacunaciones y subir o bajar impuestos? Si unos los suben para pagar sus chiringuitos y sus sueldos, otros pueden bajarlos. Quienes ganamos somos los ciudadanos.

En Madrid no hay ‘guerras de banderas’, ni ‘guerras lingüísticas’, ni chantajes para participar en la ‘construcción nacional’, que ya existen hasta en Asturias

De algo sí es culpable Madrid: en ella residen los mayores enemigos de España. Los que dicen que sí a todo lo que piden los separatistas. En los tiempos del nefasto Adolfo Suárez (más de  200 asesinados por terrorismo en sus dos últimos años de gobierno), los Pujol y Arzallus acudían a Moncloa, como los niños el día de Reyes a las casas de sus abuelos, a recibir transferencias. Ahora, Pedro Sánchez se humilla, y nos humilla a todos los españoles, para conseguir de unos condenados a cárcel por atentar contra la Nación y la Constitución el puñado de votos que le convierta en presidente del Gobierno.

Una de las grandes mentiras de la transición y los años posteriores fue el concepto de ‘oasis’ aplicado a Cataluña, donde la izquierda aceptaba las migajas de poder que le cedía Jordi Pujol, la prensa no molestaba los desayunos de los poderosos, los jueces absolvían a los corruptos y se conseguían pingües contratos a cambio de soltar un modesto 3% a los amos.

Pues ahora el oasis, el Fort Apache de España, es Madrid. Triste, pero inevitable y hasta deseable, al menos hasta que la mayoría de los españoles recupere la sensatez.

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