Como esto siga así, voy a tener que abrir una subsección en mi columna dedicada a las figuras de la izquierda que se separan del discurso dominante y traigo aquí para ensalzar lo que de bueno aportan. Empecé, creo, con Andrea Fernández, la diputada más joven del PSOE, y su cruzada contra la pornografía. Seguí con las feministas Lidia Falcón y Lucía Etxebarría, defenestradas y condenadas al exilio fascista, donde es el llanto y el crujir de dientes, por revelar la perogrullada de que difícilmente puede hablarse de “la lucha de la mujer” si Manolo puede ser mañana mujer con una mera declaración de intenciones.
Y, ahora, Ana Iris Simón.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraAna Iris, que no sé si ha llegado aún a la treintena, es autora de una novela revelación, Feria y lo bastante de izquierdas como para haber sido invitada a La Moncloa a dar un discurso (poco más de cuatro minutos) ante el mismísimo Sánchez, su persona en cuerpo mortal. Y las cosas que dijo han causado un terremoto que, por una vez, no ha enfrentado tanto a derecha contra izquierda y viceversa, como a una derecha contra otra, y una izquierda contra sí misma.
Habló de ayudar a las familias y habló de inmigración, y eso le bastó para revelar, por reacción, que las líneas que dividen hoy el campo de batalla no son las que nos han venido remachando durante demasiadas décadas.
Pero no iré por ahí, que son ya demasiadas las voces que han tratado el asunto. Me interesa más resaltar cómo la izquierda oficial, que ha reaccionado como si le hubieran pisado un callo, se une en su coro de críticas a cierta derecha -¡oh!, tan liberal y de progreso- en torno al asunto que debería dominar todos los debates políticos del presente: el demográfico. El hecho indisputable de que los españoles no tenemos hijos, ni de lejos los suficientes como para garantizar el relevo generacional y, ya de paso, el pago de nuestras sacratísimas pensiones.
Y Ana Iris propuso una idea nada original, y que sin embargo sonó como si fuera Einstein proponiendo la Teoría de la Relatividad por primera vez, sencillamente porque no estamos acostumbrados al sentido común en política: ayudar a que la gente tenga hijos, en lugar de dar por hecho que eso es imposible y que tenemos que remediar el problema trayéndonos a media África.
Y en este segundo asunto pronunció palabras totalmente heréticas. Confesó que le ponía “los pelos de punta” escuchar una y otra vez que había que dejar entrar inmigrantes para que paguen nuestras pensiones. «Mientras que les pedimos a los inmigrantes que paguen nuestras pensiones, no les estamos permitiendo pagar las de sus padres ni las de sus abuelos», dijo, en concreto.
La izquierda está aferrada a su obsesión buenista de parecer más altruista y generosa que nadie, especialmente si cree poder librarse de los costes en lo personal
Ahora, en estas páginas y en muchas otras páginas de publicaciones conservadoras hemos leído hasta el hartazgo incontables argumentos, de mayor o menor eficacia, sobre la locura de pretender sustituir una población por otra y esperar que todo siga más o menos igual; o criticar el prejuicio liberal de que los seres humanos somos como piezas de Lego, que se nos puede intercambiar sin alterar los resultados; o que quizá una masa de población con baja cualificación y la barrera del idioma podría no ser la ideal para ‘pagar nuestras pensiones’, o que por lo que podemos ver ahora son más receptores de ayudas que contribuyentes, y no podemos saber cuándo y en qué medida cambiará esto; o que posiblemente en un país donde algo menos de la mitad de la población joven está en paro no sea lo más sabio captar más mano de obra de fuera; o que una población con mentalidades, cosmovisión y lealtades distintas y distantes podría cambiar el rumbo de nuestra democracia en un sentido indeseable, o no estar por la labor de trabajar para unos ancianitos hacia los que no siente especial conexión cultural.
Todo esto está dicho, y tiene sentido, pero la izquierda está aferrada a su obsesión buenista de parecer más altruista y generosa que nadie, especialmente si cree poder librarse de los costes en lo personal, y es por ahí por donde les ‘ataca’ Ana Iris. Viene a decirles: “Vais de mártires y defensores del débil con vuestro discurso de acogida, pero en realidad estáis perjudicando a los más pobres, a los de aquí y a los de allí, importando personas como si fueran mercancías para vuestro disfrute”.
Luego está la reacción histérica de buena parte de la izquierda ante la idea misma de la natalidad, que asocian al fascismo más insidioso como si ellos hubieran surgido de una probeta o por generación espontánea, pero eso ya tendré que tratarlo en otra ocasión.